El 22 de Agosto de 1911, las paredes del museo del Louvre de París amanecen
con una ausencia irreemplazable. Los rotativos de media Europa sacan ediciones
de urgencia con la fotografía del vacío. El retrato que un día perteneció a
Luis XIV, que adornó la alcoba del mismísimo Napoleón y que salió de las manos
del polifacético maestro Leonardo da Vinci había desaparecido. Un carpintero
italiano que se escondió la noche anterior en los sótanos del insigne museo
aprovechó para descolgar la eterna sonrisa de "La Gioconda" y esconderla bajo su
guardapolvo. La pintura se recuperaría un par de meses más tarde.
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